Colección Maldición de Laurinaga

(Novela negra)

Leyenda:

Cuenta la leyenda de Erbania, isla de Fuerteventura, que fue maldecida a  permanecer árida y desierta. Tras la invocación de los dioses guanches al grito de una madre rota por el dolor, la petición de condena fue concedida cuando esta descendió los ojos y los depositó en el rostro del asesino de su hijo. Aquel miserable, señor gobernante de la isla, trastabilló y se dobló ante el tronar de los dioses en respuesta a la desgracia de la madre. Cuenta la leyenda que, cuando pudo enderezarse, comprendió que el yaciente a sus pies, muerto por sus manos, se trataba de uno de sus vástagos. Abrió la boca dispuesto a suplicar el perdón de la madre, pero esta, de nombre Laurinaga, volvió a clamar a los dioses implorando justicia. Se levantó un viento de fuego entonces que arrasó con el verdor de la isla, hizo agonizar a las flores y arenó a las montañas de infértiles extensiones para sentenciar al lagarto y la araña como únicos habitantes de Erbania. Se secaron los arroyos y las lagunas, y los dioses guanches prohibieron a las nubes nutrir la tierra. Vagó sobre Erbania maldición de hambre, sed y agonía. Una isla con sentencia firme a desaparecer como pago a la desgracia de Laurinaga.

Cuenta la leyenda de Erbania, isla de Fuerteventura, que fue maldecida a  permanecer árida y desierta. Tras la invocación de los dioses guanches al grito de una madre rota por el dolor, la petición de condena fue concedida cuando esta descendió los ojos y los depositó en el rostro del asesino de su hijo. Aquel miserable, señor gobernante de la isla, trastabilló y se dobló ante el tronar de los dioses en respuesta a la desgracia de la madre. Cuenta la leyenda que, cuando pudo enderezarse, comprendió que el yaciente a sus pies, muerto por sus manos, se trataba de uno de sus vástagos. Abrió la boca dispuesto a suplicar el perdón de la madre, pero esta, de nombre Laurinaga, volvió a clamar a los dioses implorando justicia. Se levantó un viento de fuego entonces que arrasó con el verdor de la isla, hizo agonizar a las flores y arenó a las montañas de infértiles extensiones para sentenciar al lagarto y la araña como únicos habitantes de Erbania. Se secaron los arroyos y las lagunas, y los dioses guanches prohibieron a las nubes nutrir la tierra. Vagó sobre Erbania maldición de hambre, sed y agonía. Una isla con sentencia firme a desaparecer como pago a la desgracia de Laurinaga.