Isaac Fàbregas
Isaac Fàbregas nace el 6 de septiembre de 1975 en Barcelona.
Siempre le ha acompañado una ferviente pasión por la música y por la escritura, a cuyos reclamos acude desde bien pequeño. Es músico, autor y compositor.
A la edad de veintinueve años deja su ciudad natal para trasladarse a Santiago de Compostela. Allí empieza a profesionalizar sus dos grandes aficiones: la música y la escritura. Y lo hace guiado por una constante: llevar el ritmo de la música a la escritura y la magia de las palabras a la música.
Una crisis personal lo sume en un viaje interior que durará siete años. A su regreso, materializa lo aprendido asumiendo la nueva coyuntura como lo que es: una gran oportunidad de crecimiento.
Queridas islas, su primer trabajo, es una selección de relatos que son los restos vivientes de un náufrago a quien la vida, en una de sus fuertes marejadas, no pudo hundir. Muestra de su fuerza y de su aprendizaje son estos relatos donde el autor materializa la enseñanza que un extraordinario viaje interior, profundo y oscuro dejó en él.
Queridas islas no es, aunque pueda parecerlo, un canto desesperado al olvido. Más bien, estos relatos son gritos sordos que alientan la memoria de las experiencias más duras de la vida. Recordarlas nos hace más fuertes y sabios. Esa fuerza y esa sabiduría son regalos que podemos encontrar en estos doce relatos, doce islas sustentadas sobre los sentimientos más robustos en medio del incierto y temible océano del ser.
En estos relatos encontraremos una dosis de memoria descarnada pero humana, breve pero compleja, en islas pero conectadas.
Entrevista
Entrevista a Isaac Fàbregas, escritor.
Por Germán Vega.
«Si no compartes lo que te hace feliz, no se convierte en nada»
Presentar a Isaac Fàbregas como escritor es mencionar solo una pequeña parte de su potencial como artista. Músico, compositor, escritor…, este barcelonés nacido en 1975 es un especialista en llenar de musicalidad las palabras y entrelazar letras que acompañen a una melodía.
Golpeado por el mar de la vida, Isaac se vio abocado al naufragio en algunas ocasiones, lo que dio con sus huesos —y con su alma— en una isla distinta cada vez. Islas fecundas, islas necesarias, islas sanadoras que lo ayudaron a superarse.
Lejos de pretender relegarlas al olvido junto a un pasado difícil, Fàbregas les dio forma en una colección de relatos elaborados con una preciosa prosa poética. Ediciones Garoé, atenta siempre a las buenas apuestas, puso el punto de mira en esas islas y en su solitario morador y convirtió en realidad la pretensión del autor.
En su libro, Isaac nos invita a naufragar con él y salir de nuestra zona de confort. Leer Queridas islas es gatear por la orilla de cada playa, empapado por la sal del infortunio, ponerse en pie sobre la arena y mirar con esperanza y valentía el paisaje que se despliega ante nosotros, un poco más allá de la desesperación.
Conversar con Isaac Fàbregas es hacerlo con una persona sensible, creativa e inquieta que habla desde la sinceridad y la experiencia.
Música y escritura, melodía y texto. ¿Con cuál de estas formas de expresión te identificas más? La primera respuesta llega con cierta urgencia:
Me identifico con ambas. Empecé desde pequeñito. Compongo desde que tengo uso de razón. Ya inventaba letras en inglés cuando ni siquiera sabía cómo hablarlo. Una cosa va ligada a la otra. Desde el primer momento en que empecé a hacer música, noté que necesitaba expresarme también con las letras, y te puedo asegurar que, desde muy temprana edad, vi la magia implícita en el hecho de transportar los matices de manera recíproca, y eso me fascina. De hecho, te confieso que también estoy experimentando con la imagen. Algo por lo que también me siento muy atraído: la fotografía y el cine.
En su momento ya intenté alejarme de este cariz multidisciplinar, pero forma parte de mí. Si quiero ser honesto conmigo mismo, tengo que aceptar lo que soy.
¿Y qué te impulsa a comunicarte mediante el arte?
Es una necesidad de expresión, una actitud ante la vida. Es como si fuese una extensión de mi cuerpo. En una conversación no puedo expresarme de la misma manera que lo hago frente a una hoja en blanco o componiendo una canción. Ambas disciplinas son distintas en su génesis y precisan de habilidades diferentes, y eso es lo que más me llama la atención. Si no compartes lo que te hace feliz, aquello no se convierte en nada. No creo en las canciones que se componen para ir a parar a un cajón ni en los libros que se escriben para quedar encerrados en un armario.
¿Siete años de oscuro viaje interior no es mucho tiempo? ¿Cómo es tu viaje por la vida en la actualidad?
Es una pregunta complicada. Marché a Santiago con 29 años y con mucha ilusión, y regresé al año y medio a Barcelona con una traición y unas cuantas mentiras. No soy una persona depresiva. Pero tras siete años me di cuenta de que había pasado por una depresión que me impedía escribir y componer. Me preguntas si es mucho tiempo; sí, es mucho tiempo, pero la mente humana es fascinante. Llega a acostumbrarse a procesos inimaginables. Durante esos siete años continué trabajando y haciendo vida normal, pero no pude componer ni una sola nota ni escribir una sola palabra que representaran fielmente quién era yo entonces. Actualmente disfruto de un viaje mucho más placentero, lleno de reencuentros, de descubrimientos y de algún que otro día gris, cómo no, porque sin esos días grises los demás días brillan menos. Pero soy muy afortunado, no solo he tenido la posibilidad de asimilar todo aquello como lo que realmente fue, algo que tenía que suceder y de lo cual pude aprender, sino también de plasmarlo en papel, compartirlo y darle carpetazo.
«Si no quema, no es arte».
Si tuvieras que ponerle música a ese viaje interior que realizaste, ¿cómo sonaría? Isaac se sorprende. Su cara se ilumina ante el reto.
¡Buena pregunta! Pues… habría de todo, la verdad. Sería una amalgama musical. ¿Recuerdas aquellas remezclas que había antes? Soy una persona ecléctica y eso creo que me ayuda a responder a tu pregunta. Habría desde bossa nova a Metallica, pero, sobre todo, tendría una característica que me ha acompañado siempre: me gusta ofrecer en cada una de las disciplinas en las que intento desarrollarme una luz personal. Eso siempre ha existido. Yo creo que, si no quema, si no nace desde dentro y con pasión, no es arte.
«Si no quema, no es arte». Parece una afirmación un poco determinista, ¿no?
Soy extremista (ríe con complicidad). También lo soy en mi vida personal.
¿De dónde nace la idea de escribir Queridas islas? ¿Formaba parte de alguna terapia o se convirtió justamente en eso mientras escribías todos esos relatos?
Tal cual. Se convirtió en eso. El grueso se generó en Santiago. Después de esos siete años, retomé la idea de forma intermitente. Pero no fue hasta hace tres años, aproximadamente, cuando me encontré con Víctor —el autor se refiere a Víctor J. Sanz, asesor literario de Isaac— cuando surgió la idea de rechazar algunos relatos e incorporar otros nuevos, pero siempre vinculados a aquella idea primigenia. Es ahora cuando entiendo qué saqué de todos aquellos relatos y hacia dónde quería dirigirme. Este libro ha sido una bisagra. He arrojado parte de mi vida ahí y otra etapa se ha recolocado con él. Para mí es importante porque contiene los aspectos fundamentales que determinaron mi rumbo, mi dirección a nivel personal.
Tu trabajo empieza con el relato titulado Áncora. ¿Puede ser este libro un áncora para el lector? ¿Qué encontramos en estas doce propuestas?
Yo creo que sí puede ser un áncora, y entiendo el término en sus dos acepciones: tanto como un ancla que te mantiene en equilibrio fijado al suelo como un flotador en el que ampararse en medio del caos. Todo depende de la perspectiva y el contexto en el que se encuentre cada lector. Alguien puede encontrar en el libro una razón de empuje. Yo creo que todos podemos vernos reflejados en alguna de las historias que se narran en él. En cuanto a lo que encontramos, yo diría que una búsqueda del alma humana, con todas sus grandezas y todas sus debilidades. Una especie de superhéroes de lo cotidiano que se esfuerzan en conseguir cosas extraordinarias.
Eso de que Isaac Fàbregas está en los textos que escribe y en la música que compone, en la forma en la que se expresa parece un pensamiento recurrente. No puedes liberarte de ti mismo a la hora de crear.
No, no. Y disfruto asumiéndolo. No sé si en otra época de mi vida lo haré, pero, hoy en día es una extensión de mi personalidad. Intento salir siempre de la zona de confort y eso me obsequia también con este tipo de desafíos.
«Yo nunca subestimaría a un lector».
En el prólogo, Víctor J. Sanz previene al lector de que le esperan «islas donde descubrir el mecanismo que aleja de la mente ideas y pensamientos no deseados». Parece una promesa demasiado hermosa para ser verdad. ¿De veras puede el lector dar con ese mecanismo leyendo esta compilación?
En mi opinión, sí. Pero no por lo hermoso que pueda parecer lo que se dice en el prólogo, sino simplemente porque yo nunca subestimaría a un lector. Un lector puede extraer oro de donde considere, de donde menos se lo espere, como nos pasa a todos. Depende de la historia personal de cada cual, pero sí existe, naturalmente, la posibilidad de que el lector encuentre esos mecanismos.
Háblanos de la dedicatoria. ¿Qué importancia le das al instinto en la vida diaria?
¡Máxima importancia! Yo no creo en la razón. En mi vida casi todo ha sucedido a golpe de instinto. Las experiencias de la vida, las situaciones extremas por las que todas las personas han tenido que pasar alguna vez se convierten en oportunidades de crecimiento. Si superas un problema, una situación límite, nadie podrá ser más feliz que tú.
¿Y a la hora de escribir?
¡Máxima importancia también! Para mí, la escritura comporta varias etapas. Una es el vómito, es decir, aquella idea que se fecunda a partir del instinto. Las otras son las lecturas en frío, pasado un tiempo, para poder digerir, contextualizar y dosificar la información o cambiarla si hace falta para que me ayude a decir lo que deseo decir.
Y perfeccionar aquello que digieres.
Sobre todo, aprender a trasladarlo al papel para que cuando un tercero lo lea pueda, de un modo u otro, reconocerse en ello; que no se quede en un libro escrito solo para mí. Eso no me gustaría. No es lo que quiero. Hay que intentarlo, y si hay algo que me enorgullece es mi capacidad de aprendizaje. A nivel personal me ofrece muchas oportunidades. Por eso este libro ha podido crecer en ese sentido, desde lo que era hasta lo que es.
Arqueas de Asgard, Pierre y Anxo: pasión, erotismo y reconocimiento del otro. ¿Qué flota entre las palabras y los pensamientos de Isaac Fàbregas?
Flota el instinto. Algo que solo puede sentirse. Es esa parte del subconsciente la que me hace tomar decisiones. A veces equivocadas, otras no, pero prefiero seguir ese instinto. Me siento mejor conmigo mismo. Las cosas más importantes de mi vida no las he pensado.
Una pregunta menos profunda: ¿qué opinión te merecen los concursos literarios?
Isaac también fue algo de Pierre. En la actualidad, un concurso literario no supone lo mismo para mí que cuando tenía 29 años. Entonces se convirtió en una obsesión. La verdad es que no me fío de los concursos literarios. Si se hacen con honestidad, me parecen fantásticos; una posibilidad de poder remunerar el arte de una manera honrada. Sin embargo, tengo muchas dudas del funcionamiento de este tipo de eventos. En sí, la idea del concurso me parece válida para motivar a los autores. No obstante, prefiero trabajar con constancia en lo que escribo antes que participar —que lo he hecho— en un concurso. El dinero siempre viene bien, aun así, yo no cambiaría mi experiencia actual con Ediciones Garoé por ganar un concurso.
¿Te ocurre que cuando dejas de prestarles atención a las palabras estas surgen en el ingenio de forma mucho más material y atinada? Isaac sabe que utilizo un pasaje de su libro. No me deja terminar la pregunta. Su respuesta es tajante:
¡Totalmente! Si no te relajas y disfrutas, es difícil. Lo que pasa es que, si nunca se ha tenido una situación económica boyante, equilibrar la vida económica y la artística es complicado. Sobre todo, cuando tienes proyectos y no los puedes llevar a cabo.
«No me desagradaría que el lector tuviera que visitar una isla dos o más veces».
El vocabulario que empleas, las figuras literarias, el estilo y la forma en la que ordenas los pensamientos…, si bien el conjunto resulta hermoso, la lectura y la comprensión de algunos pasajes requieren de cierto nivel intelectual que permita percibir el fondo. Dicho de otra manera: se hace necesario visitar alguna isla dos o más veces. ¿Te preocupa que algo de lo que quieres transmitir no llegue al lector medio?
No me preocupa. El libro va dirigido a todos los lectores. Es posible que la apuesta que hago pueda llevar implícita cierta complejidad para entender algún párrafo, pero no me desagradaría que el lector tuviera que visitar una isla dos o más veces. Incluso es posible que quiera hacerlo tan solo para disfrutar de ella nuevamente. No depende de mí. Ya te digo que depende mucho del contexto y del momento de cada lector. Tal vez haya algo de superación en ello. Yo arriesgo y me gusta pensar que el lector también lo hará, aunque puedo estar equivocado.
En Un mar de grietas, precioso homenaje al amor incondicional, se critica la manera de relacionarse y comunicarse en esta era contemporánea. ¿Crees que la urgencia y la inmediatez de la vida diaria han restado valor a la calma y a la reflexión? ¿Necesitamos desconectar para conectar?
Bueno, no perdamos de vista que lo que se transmite en este relato se hace a partir del pensamiento de una pareja de ancianos. Tú y yo no percibimos igual estos últimos quince años de adelanto tecnológico que nuestros padres. No es lo mismo. Yo no sería tan rotundo en esa afirmación. La tecnología nos permite mantener esta entrevista a miles de kilómetros de distancia. Esa tecnología también hace posible muchas otras cosas positivas de nuestra vida. Todo depende del uso que se haga de ella. En mi opinión, la importancia radica en favorecer a tu entorno inmediato. Creo que así sí se consiguen cosas en conjunto. Pero no he intentado posicionarme mediante el relato. El relato es un canto al amor incondicional, pero eso no impide que uno pueda plantearse si el tipo de relación que nos inculcaron de niño no viene condicionado por convenciones sociales y por la educación recibida. Ocurre con los jóvenes de ahora y su predisposición más abierta al amor, por ejemplo, y esto que digo tiene un ejemplo en el relato Arqueas de Asgard. Se me ha preguntado de manera recurrente: ¿Por qué empezar con dos chicos? Y yo respondo: ¿Por qué no? Esa respuesta resume mi pretensión con alguna declaración de intenciones del libro: el amor es el amor, sin géneros de por medio. Hay que remover las cosas y aprehender las mejoras y las posibilidades que nos ofrece esta era tecnológica. Las nuevas generaciones han dado un paso de gigante con esto.
La portada del libro es obra de la artista canaria Carolina Mejías @carolinamejiasart. ¿Qué representa? ¿Estás satisfecho con el resultado?
Esa portada me leyó por dentro. Ha sobrepasado mis expectativas. Aunque la idea original ya existía, en un primer momento no se concretó de la manera tan espectacular con que se ha conseguido después. Le pregunté a mi editora, María Yuste, si había alguna posibilidad de que esta imagen pudiera proyectarse mejor. María contactó con Carolina y ella lo hizo: respetó el color y los detalles y pintó un lienzo fantástico. Mi sentido de la estética hace que le dé mucha importancia a la portada y a los detalles. Es un trabajo exquisito. Estoy muy contento con el resultado y agradecidísimo tanto a María, por la composición y la maquetación, como a Carolina, naturalmente. Estoy convencido de que el ser humano funciona por contrastes. Eso resume el significado que esa portada significa para mí.
Desde tu propia experiencia, ¿consideras el ego del escritor una realidad o un mito?
Una realidad. Pero no solo del escritor; sino de todo artista. Creo que es una condición humana. Pero hay una oportunidad en aprender a deshacerse del ego. Dependiendo de cómo lo mires, es una ocasión única. Una de las cosas que he sacado en claro de este libro es que he aprendido a deshacerme, por momentos, de mi ego. Cuando di ese paso de verdad, se desplegó frente a mí un panorama creativo inmenso y empezaron a aflorar frases concisas, imágenes fieles que el lector podrá incluso ver reflejadas en una de las letras que propone el relato titulado Ochenta lunas.
¿Eres perfeccionista?
Sí.
¿Enfermizo, patológico o en su justa medida?
No, en su justa medida no. Soy extremista, ya te lo he dicho. Pero eso me proporciona cosas que de otras maneras no obtendría. Prefiero aceptar la evidencia para no ser un hipócrita conmigo mismo. Unas veces es más beneficioso que otras, pero soy así.
¿Qué hace Isaac Fàbregas con su tiempo? ¿Lo consume, lo espera, lo disfruta o lo sueña?
En gran proporción lo sueño. Yo diría que hago todo eso, pero, sobre todo, lo sueño. Soy un romántico empedernido. Parte de mi adolescencia la pasé embobado. Tengo tantos sueños que podría decir que paso más tiempo soñando que despierto. En ese sentido, agradezco la fuerza que me proporciona Merche —mi compañera de viaje—. Ella baja a la tierra mi creatividad cuando me embeleso demasiado y se la lleva a las nubes cuando la rutina del día a día me alcanza.
¿Por qué debería el lector decidirse por Queridas islas? Isaac se queda pensativo. Se toma un tiempo antes de responder.
Creo que el lector puede convertir este libro en un viaje en sí mismo y eso es lo que lo hace interesante. Me gustaría pensar que su lectura no pasará desapercibida, para bien o para mal. No dejará indiferente al lector. Creo que ese es su atractivo.
Para terminar. Cuéntanos algo de tu próximo proyecto y confiésanos un deseo.
En mi opinión, hay algo mejor que trabajar en lo que te gusta y es no tener la necesidad de trabajar para dedicarte a ello con total tranquilidad. Un deseo: tener suficiente dinero para no trabajar y poder dedicarme a todo aquello que me gusta. La estabilidad económica es esencial para poder dedicarle tiempo de calidad a lo que te gusta. En cuanto a lo literario, estoy trabajando en una novela cuyo hilo argumental gira en torno a una relación paternofilial. La idea central es que, si se quiere, las cosas pueden suceder. Estoy contento con el comienzo y estoy trabajando en ello.
Despido a Isaac Fàbregas en su Barcelona natal, sentado en la terraza al caer la tarde. Lo dejo en tierra firme y me alegra saber que no se encuentra en medio de un bote a la deriva luchando contra la peor de las corrientes. También me reconforta saber que todos podemos alimentarnos de sus naufragios y volver cada vez que queramos a sus queridas islas para avanzar junto a él cogidos de la mano o como el propio autor propone en Archipiélago, «cogidos de la existencia». ¿Tienes prisa?
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